Su texto, “El Prisionero” cuenta los últimos días de un hombre aislado del mundo —tanto física como emocionalmente— y de la fuerza irresistible que lo llama a lo lejos. A continuación, un extracto.
Han pasado dos semanas desde que el último recluso se fue. En realidad fuimos pocos los que nos quedamos. Aquel día, cuando se abrieron todas las puertas a media tarde, sin ningún custodio a la vista, la reacción natural de los internos fue, pensando que era un motín más, destruir y quemar todo lo que pudieron. Fue sólo horas después cuando descubrimos que las puertas, todas las puertas, estaban abiertas. En menos de una hora la prisión quedó vacía, a excepción de unos pocos, entre los que me encontraba yo, que no teníamos a donde ir.
Esta había sido mi casa por poco tiempo. Me habían trasferido no hacía mucho, pero eso no cambiaba el hecho de que yo era un extraño allá afuera y nadie recordaba siquiera que existiera. Sólo éramos una docena de fantasmas vagabundeando por los enormes corredores de la prisión, tratando de averiguar que sucedía...